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La sombra del síndrome del cuidador

Síndrome del cuidador desgastado






Este término se dio a conocer por primera vez en 1977, en el Congreso anual de la Asociación Americana de Psicólogos (APA) por Chistina Maslach. Aunque realmente el primero que lo utilizó fue Freudenberger en 1974 cuando entrevistó a un grupo de voluntarios que colaboraban en una clínica para ayudar a personas a abandonar las drogas. Estos se irritaban fácilmente, habían desarrollado una actitud despectiva hacia los pacientes y una tendencia a evitarlos manifestando la amplia mayoría de los voluntarios que se encontraban agotados y no podían más. A este proceso Freudenberger lo llamó “estar quemado”.
Lo preocupante es que este síndrome lo padecen 85 de cada 100 cuidadores, con lo cual los cuidadores no están informados de lo duro que puede suponer cuidar de alguien dependiente, o las instituciones no le brindan apoyo, ni formación. Porque la cifra es realmente alarmante. Y si además tenemos en cuenta que de estos 85 cuidadores que sufren el síndrome del cuidador quemado 82 son mujeres llegamos a la conclusión que en ciertos ámbitos nuestra sociedad no ha avanzado lo suficiente.
Hay una serie de síntomas que nos señalan que estamos al límite de nuestras fuerzas y que comenzamos a “estar quemados” como son:
Síntomas físicos
  • Trastorno del sueño: por exceso o por defecto.
  • Pérdida de energía, fatiga crónica, sensación de cansancio continuo, etc.
  • Aumento o disminución del apetito.
  • Problemas de memoria y dificultad para concentrarse.
  • Molestias digestivas, palpitaciones, temblor de manos.
  • Consumo excesivo de bebidas con cafeína, alcohol o tabaco.
  • Consumo excesivo de pastillas para dormir u otros medicamentos.
  • Propensión a sufrir pequeños accidentes.
Síntomas Emocionales
  • Cambios frecuentes de humor o de estado de ánimo.
  • Agresividad constante contra los demás, porque siguen su vida, porque son capaces de ser felices a pesar del problema que hay en casa.
  • Gran tensión contra los cuidadores auxiliares porque “todo lo hacen mal”, no saben mover al enfermo, no le han dado a la hora correcta la medicación.
  • Tiene comportamientos rutinarios repetitivos como: limpiar la casa continuamente.
  • Tienden al aislamiento familiar y social. Van abandonando las amistades, “no tengo nada nuevo que contar” “voy aburrir” “a la gente ya no le intereso”.
  • Se desatienden a sí mismas: no toman el tiempo libre necesario para su ocio, abandona sus aficiones, no sale con sus amistades. Terminan paralizando, durante largos años, su proyecto vital.
Como apreciamos, llegamos a tal punto de desgaste en nuestra vida que no conseguimos hacer nada más, nuestra vida ya solo se reduce a cuidar de otra persona. No permitimos ayuda de nadie, porque nadie hace las cosas tan bien como nosotros, caemos en errores como pensar que siempre tenemos que estar presentes para ayudar en todo a la otra persona. Acabamos por perder perspectiva y finalmente estamos tan agotados que ya no somos capaces de cuidar a nadie, porque sencillamente no tenemos fuerzas ni para nosotros mismos.

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